Cuentan que a finales del S. XII, en la aldea de Barxamaior, situada en O Cebreiro en la alta montaña lucense, lindando con la provincia de León vivía Juan Santín, un aldeano que nunca faltaba a misa, por muy malo que fuese el tiempo que hiciera.
Un día que hacía muy mal tiempo, el monje de turno estaba celebrando el oficio en soledad ya que nadie, ni siquiera los vecinos de O Cebreiro, se había atrevido a salir de sus casas, vio que se abría la puerta y aparecía Juan, aterido de frío y cubierto de nieve, después de recorrer los 3 km que separaban su casa del templo, pensó que no merecía la pena tanto sacrificio para ver un trozo de pan y un poco de vino.
Sin embargo cuando llegó el momento de la Consagración y al pronunciar las palabras rituales, el monje incrédulo pudo comprobar que el pan se transformaba en auténtica carne y el vino en sangre, lo que lo llevo a arrepentirse de sus pensamientos y a certificar el milagro ocurrido. Se cuenta que la propia imagen de la Virgen que estaba en el altar mayor, en el momento del milagro, inclinó la cabeza hacia adelante.
La carne y la sangre quedaron como reliquias en la Iglesia, hasta que en 1486 los Reyes Católicos quisieron trasladarlas. Cargaron una mula y emprendieron su viaje, pero cuando llegaron a la aldea de La Faba, la mula se negó a seguir su camino y al soltarla, dio media vuelta y regresó al Santuario ella sola para llevar a su sitio las reliquias.